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La errata de Francis George Steiner

George Steiner nació el 23 de abril de 1929, el día en el que, años después, se celebrara por primera vez el Día Internacional del Libro en honor de Shakespeare, Cervantes y el Inca Garcilaso. Si existe (me resisto conjugar en pasado) un hombre de letras a cabalidad es él. No es el único, claro; hace escasos tres meses nos llegó el mensaje del fatídico deceso de Harold Bloom (1930-2019). Dos gigantes de la literatura, del análisis, de la crítica cultural, del periodismo: dos humanistas en todo el sentido de la palabra, antes de la depauperación del término por políticos y activistas.



George Steiner construyó su trabajo y su vida en torno a la literatura y con ello hizo literatura. Su ausencia del canon académico universitario da cuenta de ello. Nadie quiere porque nadie puede, al parecer, abordarlo: él como Bloom son amenazantes. Leerlos significa desnudarse, decidir empequeñecerse para aprender de cero lo que consideramos sabido. La claridad de sus ideas respecto al lenguaje, a los géneros, a los idiomas, a la conjetura, a la filosofía de los escritores y al arte de los filósofos es maestra. 

Los maestros de Steiner son los mismos que los de cualquiera de nosotros, salvo que él parece haberlos escuchado mejor y con sus enseñanzas haberlos trasvasado delicada y nítidamente a sus escritos personalísimos. De Heráclito a Pitágoras, y de la tríada clásica integrada por Sócrates, Platón y Aristóteles, hasta Tolstoi y Dostoievski, Heidegger, Benjamin o Wittgenstein, Steiner trama, es decir, teje una compleja y prístina red de relaciones en torno a la enseñanza de los maestros y el aprendizaje de quienes militan en el "discipulazgo".

Fue en un libro, Lenguaje y silencio: ensayos sobre la literatura, el lenguaje y lo inhumano, un ensayo hecho de ensayos (género que elevó a alturas insospechadas) donde primero lo conocí, y por el que casi dejo de leerlo a partir de entonces, por la sencilla razón de que, en mi lectura escolar, Steiner vitupera y "desprecia" el trabajo del crítico literario, al grado de considerarlo un parásito del verdadero artista: el poeta, el novelista, el cuentista... y eso era una afrenta al llamado de convertirme en eso, en estudioso, en académico, en crítico literario. Cerré su libro "para siempre", me dije. Y así lo hice... por un tiempo.

(¿Unos años después?). Volví a ese libro (una Amiga (@emperatrix07) lectora leyó y quedó fascinada por el ensayo sobre Próspero Mérimée, autor de la famosa Carmen, opera de Bizet) y a otros; leí con mayor cuidado, renuncié, en un pacto silente, a lo que creía saber y aprendí (creo haberlo hecho de alguna forma) en cada página, en cada párrafo, en cada oración a sentir las ideas, a ver la función interpretativa del crítico, a conocer a ese interlocutor que es el escritor a través de su poema o su novela; y también supe distinguir y moverme entre la honesta trampa del ensayista, del modesto ensayo de lo que se dejó de lado y saber que las verdaderas disyuntivas humanas son aquellas que nos dejan sin elección.

Por la noticia de la muerte de Steiner he leído algunas palabras publicadas de Adolfo Castañón: Un recuerdo de George Steiner, de Christopher Domínguez Michael: George Steiner 1929-2020, de Rafael Rojas: Steiner: la nostalgia del moderno, entre otros. En ellas se dice mucho del crítico desde la perspectiva personal de cada escritor; si lo conocieron personalmente o no, la suma y la importancia de sus lecturas, el carácter más bien melancólico del autor de Los logócratas, su poliglotismo, su sabiduría en torno a la literatura, la filosofía y la cultura europea. Rojas no resiste la tentación de vincular la memoria de Steiner con la situación del Reino Unido:

Ha muerto George Steiner, en los mismos días que Gran Bretaña abandona la Unión Europea, y es inevitable relacionar ambos ocasos. En Steiner, un judío nacido en Francia, familiarizado desde niño con el alemán, el inglés y el italiano, y con  prolongadas residencias en Nueva York, Londres y Cambridge, la idea de Europa tomó cuerpo. (La Razón, RR, en: https://www.razon.com.mx/opinion/rafael-rojas-steiner-la-nostalgia-del-moderno/)

Respecto al Steiner educador, Dominguez Michael lo comenta:

Frente al desastre de la educación en los antiguos reinos donde brillaron las Luces en el siglo XVIII, Steiner propuso el regreso a la memorización y a las humanidades clásicas. Pero nunca fue un anticuado ni un anacrónico y, si bien padeció de estupor ante el nuevo siglo, se alegró de que las nuevas tecnologías llevasen a Mozart o a Stendhal hasta el más lejano rincón de la tierra, con solo dar un clic. (Letras Libres, CDM en: https://www.letraslibres.com/mexico/literatura/george-steiner-1929-2020).

Y Castañón recuerda haber conocido a Steiner por la intervención del poeta David Huerta en 1974, y también relata una anécdota de la generosidad intelectual de Steiner para con él, "inmortalizándolo" en un breve texto ficcional:

Cuál no sería mi sorpresa al encontrarme en las páginas finales una ficción, “A cinq heures de l'après midi”, donde aparecía un maestro de poesía y de literatura, discípulo y lector de Octavio Paz, llamado Roberto Casteñón, que convencía a un puñado de jóvenes de hacer un improbable viaje a Colombia para luchar con las armas de la poesía contra la violencia desatada por el narcotráfico. Cuando le hablé por teléfono para agradecerle el guiño y pedirle permiso para traducirlo, se rio y me dijo que podía yo hacer con el texto lo que quisiera, pues era mío. (Letras Libres, AC en: https://www.letraslibres.com/mexico/literatura/un-recuerdo-george-steiner).

He comentado que Steiner tenía una opinión demasiado modesta de su oficio como crítico literario. No se sentía a la altura de la literatura que leía, criticaba, glosaba e interpretaba. No obstante, su trabajo como lector lo hizo un crítico excepcional, un teórico del lenguaje y un visionario de nuestro tiempo, un sabio bibliofilo.

Creo que eligió el subgénero más modesto para mostrar su grandeza como narrador, ensayista personalísimo y hacedor de su misma persona y de su mundo: Errata: el examen de una vida (Siruela, 1998), que leí en su momento casi de un tirón, es esa autobiografía de nombre excepcional ("Escribía bien. Titulaba mejor", dice Daniel Gascón), sólo comparable a la memorable Autobiografía (Acantilado, [1936]) de Chesterton en el siglo XX.

Paco Vásquez
@asiriax 

           

       

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