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Un coctel del presente con una larga sombra en el futuro

No es desconocido para nadie que el origen o autoría de las bebidas mezcladas por un cantinero, barman, bartender o mixólogo, aún las más famosas, se pierde en un tiempo inconmensurable siempre en expansión. El martini, el manhattan, el daikirí, el oso negro, el tequila sunrise o el famoso carajillo están envueltos en una especie de olvido esencial: porque lo importante es degustarlos, no hablar de ellos. No obstante, un buen bebedor es no pocas veces un buen conversador, y sabe que como su mezclador de confianza es siempre útil saber cosas sin importancia sobre las cosas importantes, y viceversa.

No es que uno quiera alcanzar la efímera gloria por ser "creador" de una combinatoria de esencias, jugos frutales, dulces jarabes y refrescante hielo, pero debo confesar que hace no mucho nos sucedió algo (a Vero y a mí) relativo a estas coincidencias que sólo se dan en una barra, en un bar de hotel, con gente desconocida.

Bebíamos, está por demás decirlo, en un All Inclusive de Playa Mujeres. Alejandro, el nombre de pila de nuestro barman, ataviaba el alma y garganta de Vero con rápidas pero equilibradas Margaritas frozen. Yo iba de menos a más, al menos esa era la idea. "Trancazos" dictados a Alejandro para comenzar, tequila y mezcal "derechos", cuando las papilas se saturan de ácidos y dulces y amargos de combinaciones toda vez inesperadas, ofrecidas por Alejandro, una vez que él atendía a bebedores ocasionales, casi todos "americanos", canadienses o asiáticos (a veces son un poco lo mismo en esos lugares).

Nos dio una "cosa" en caballito llamada rainbow, una mezcla de dulce con dulce y un poco de dulce, eso sí, todos de colores distintos que respaldaban el nombre de la bebida que más parecía ungüento. Pero lo bebimos sin chistar. En eso estábamos, cuando una pareja joven de americanos trataban de beber con soltura y despreocupación algunas esencias nacionales, como tequila o mezcal.

Hace algunos años, en medio de una fiesta oaxaqueña, se me ocurrió, con la ayuda de Vero y varios mezcales de por medio, preparar un "martini" local, con base de hielo, es decir, frozen. Eso implicó conseguir pulpa de tamarindo no industrializada, jarabe de agave, hielo y mezcal, entre uno o dos detalles más. El resultado fue un coctel abiertamente oaxaqueño que debe servirse en martinera, por lo que se ofrece como martini: es un martini por derecho propio. Probado en casa con familiares y amigos que ya lo piden por su nombre: "Qué te preparo". --Digo más con ánimo de anfitrión que de mixólogo. "Mmm... ¿qué tal una Calenda?" Repaso en fracción de segundos los insumos. "Claro, creo que tengo todo".

Ya en la barra de nuevo, con Vero y los gringos, se me ocurre decirle a Alejandro : "prepárame un coctel, yo te digo lo que lleva". Con mayor destreza que yo, procedió a mezclar los ingredientes sugeridos, suplantados por sinónimos a causa de inexistencias en la bodega --recuerden que era un all inclusive, no era el Limantour--: no tenía sal de gusano, por ejemplo. El resultado, muy digno, y Alejandro ya sabía hacer Calendas.

Como su nombre indica, esta mezcla alumbra la mente y ayuda a crear una super conciencia en la dosis adecuada, acercando al buen bebedor a cierto tipo de clarividencia o lucidez, al don de lenguas o al regusto de enseñarle a la dama con la que estás "quedando" palabras en español.

La noche siguiente: misma barra, mismas ganas de beber, otros turistas.

--Oye --dice un mesero del lado de la barra de los bebedores a un barman--, ¿está Adrián?
--No... no sé quién sea... --responde el barman, más distraído que preocupado.

El mesero inquieto, buscando quién lo atienda... insiste un poco al aire, entre una nube de chino-canadienses:
--... esteeee... es que me están pidiendo una bebida unos gringos y dicen que sólo Adrián sabe cómo hecerla...

Silencio ruidoso. Sucio.

El mesero se va inquieto con una tanda de bebidas genéricas y mucho hielo.

No pasaron más de 10 minutos cuando se acercó a la barra aquella pareja joven de americanos de ayer, la misma de los rainbows, y el joven varón preguntó en su español característico si estaba aquel joven que lo había atendido la noche anterior. Como por milagro, apareció Alejandro, que no Adrián, de una puerta secreta, y él y el gringo se reconocieron de inmediato.

--Dos Calendas --dijo en español con la seña inequívoca de que pedía dos, esa V de la Victoria con un uso real, práctico y útil.

Alejandro entendió perfectamente la solicitud pero... su cara delató el olvido. No recordaba en qué consistía la Calenda. Para eso, otro pequeño milagro, estábamos ahí Vero y yo. Alex nos buscó sin saber y nos encontró agradecido. Acto seguido le dicté los ingredientes y las porciones. En ese momento nació la Calenda en los bares del mundo.

Mando saludos a Alejandro donde quiera que esté, a nuestro amigo americano y a su chica, y a mi chica, Vero, compañera de barras en tragos del mundo. ¡Que la luz se haga para todos!



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