Se puede engañar de muchos modos, incluso diciendo la verdad se miente muchísimo.
Si un medio se decide a lanzar la máquina del fango,
no es necesario hacerlo con acusaciones graves...
Umberto Eco
El concepto de posverdad es de reciente cuño y significa no una sino muchas cosas de manera simultánea. Puede ser una verdad personal o de un pequeño grupo, una media verdad o una mentira igualmente grupuscular, todo ello descontextualizado, o no, con propósitos sociales, políticos o económicos, normalmente pragmáticos y ausente de moral o ética reconocida; quizás la “moral” de la posverdad sea aquella que asume el sujeto que la usa con criterios dispares para consigo mismo y para con otros, sólo para un momento fugaz y personalísimo, es decir, la moral de la posverdad es una especie de a-moral.
La posverdad, por otra parte, cobra su eficacia en la colectividad y en su diseminación, o viralización en términos mediáticos o de redes. El diccionario Oxford en línea la define como “relating to circumstances in which people respond more to feelings and beliefs than to facts”, o como lo consigna McIntyre en Posverdad (2018): “aquello que se relaciona con, o denota, circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes a la hora de conformar la opinión pública que las apelaciones a la emoción y a las creencias personales”, donde el prefijo “pos” denota la irrelevancia del concepto que antecede: el concepto de verdad.
La verdad
La verdad es el objeto de la ciencia, la filosofía y la justicia primordialmente, y su medio privilegiado de búsqueda y comunicación es el lenguaje verbal. Así ha sido desde la modernidad del pensamiento científico de la Grecia clásica. Más que una verdad absoluta (finalidad privilegiada de las teologías y religiones), el pensamiento fundado en la razón ha creado métodos para buscarla y conocerla, delimitando sus objetivos y alcances, siempre contrastados con la realidad fenoménica (cuando aplica). Por lo que la verdad radica tanto en la concordancia de la lógica del método utilizado para aproximarse a ella como en los sucesos externos objeto de dicho acercamiento metodológico.
El concepto de posverdad agrupa o define (siempre parcialmente) el fenómeno actual del desplazamiento consciente tanto de los métodos de conocer como de los sucesos o fenómenos objetivos pertenecientes a la realidad, es decir, lo que “normalmente” entenderíamos como la verdad de las cosas. Lo curioso del ejercicio de lo que ahora entendemos como posverdad es que nace (y se fortalece) dentro de los sistemas de conocimiento: dentro de la lógica y la retórica nace el sofisma de la Antigüedad clásica al igual que la propaganda se nutre del legítimo ejercicio de comunicación de ideas para la toma de decisiones personales y colectivas.
Es sabida la aproximación sofística para conocer, distinta a la de la mayéutica socrática o a la de la lógica filosófica aristotélica, donde la luz del parto se da desde el interior del individuo que desea conocer (con las preguntas clave de por medio) y mediante el razonamiento desvelador de las causas y efectos lógicos de la realidad en el lenguaje, respectivamente en Sócrates y Aristóteles. Este último define verdad de la siguiente manera:
definir previamente qué es lo verdadero y lo falso. Falso es, en efecto, decir que lo que es, no es, y que lo que no es, es; verdadero, que lo que es, es, y lo que no es, no es. Por consiguiente, quien diga que (algo) es o no es, dirá algo verdadero o dirá algo falso. Sin embargo, ni de lo que es ni de lo que no es puede decirse (indistintamente) que es o que no es (Metafísica: 1011b25) *(Las negritas son mías).
Por su parte, los sofistas, a diferencia de Sócrates, “se ofrecían a llevar una vida de éxito en un mundo en el que todos los criterios morales eran convencionales y todo conocimiento humano relativo.” Lo que significa que su misión no “era encontrar una vía de conocimiento que trascendiera la mera opinión”, como sí era la de Sócrates (Tarnas 2006: 59-60).
Como indiqué al inicio, el concepto de posverdad es de reciente cuño, según el especialista a quien se lea tiene cartilla de nacimiento en 2016, cuando “posverdad” fue la palabra del año según el diccionario Oxford referido, dado que
The concept of post-truth has been in existence for the past decade, but Oxford Dictionaries has seen a spike in frequency this year in the context of the EU referendum in the United Kingdom and the presidential election in the United States. It has also become associated with a particular noun, in the phrase post-truth politics.
O bien 2005 (o 2006), cuando el humorista y presentador de televisión Stephen Colbert acuñó la que fuera la palabra del año por la American Dialect Society y el diccionario Webster en años consecutivos: “truthiness”, con el sentido de una “verdad persuasivamente inducida porque se siente que algo es verdadero, incluso si no está necesariamente apoyado por los hechos” (McIntyre, Posverdad: 2018), y que se sintiera “pre-enfadado” por el calco semántico.
El nacimiento de ambos conceptos, post-truth o truthiness, obedece a coyunturas políticas de ámbitos semejantes, como lo son las campañas, elecciones y gobiernos de W. Bush, Trump en Estados Unidos y el Brexit en Reino Unido. No es casual que “posverdad” haya sido una de las palabras candidatas en la contienda en español de la Fundéu BBVA, vencida por otra palabra reconocida en nuestro contexto: “populismo”. Todas ellas nacidas de la arenga política y el megáfono que son los mass media.
Salvo investigaciones sociolingüísticas profundas en un futuro, la posverdad encierra y se compone más que de palabras, de todo un campo semántico definido por el error, la mentira, el engaño, la saturación, el exceso, el cinismo, la confusión, la ruptura, el sofisma, el fraude, el robo, el populismo, el crimen, la irresponsabilidad, la prepotencia, el relativismo epistémico (en palabras Kenan Malik) entre otras de sentido moral y ético siempre con carga negativa. La posverdad, entendida en estos términos, es un medio del mal.
El mal
El mal es un terreno que no me compete por el momento. La multicitada Hannah Arendt (Eichmann en Jerusalén) o el filósofo Rüdiger Safranski (El mal o el drama de la libertad), entre toda una bibliografía filosófica, histórica o artística lo abordan de manera particular; asimismo, la literatura de siglos se ha encargado de tratar del mal del hombre -y la mujer-, del mal social y político. En el contexto de la posverdad, el George Orwel de 1984 o el Aldous Huxley de Un mundo feliz son referencias obligadas; y en ese español mundial que es la novela del siglo XX-XXI, contamos con el Yo supremo de Roa Bastos o El recurso del método de Alejo Carpentier, o el más reciente Memorias de un hijueputa de Fernando Vallejo. Por su parte Octavio Paz escribió en torno al mal y la política mexicana en "El ogro filantrópico":
El Estado del siglo XX invierte la proposición: el mal conquista al fin la universalidad y se presenta con la máscara del ser. Sólo que a medida que crece el mal, se empequeñecen los malvados. Ya no son seres de excepción sino espejos de la normalidad. (Paz, 1978).
La normalidad
Normalidad es una palabra clave para comprender el alcance de la posverdad. Aunque no es sólo por la mentira, la posverdad comienza con ella y termina por condenar la irrelevancia del sentido y aspiración de la verdad.
La verdad, y su búsqueda, es para los mecanismos de la posverdad un desecho y buscan su normalidad. Kant en palabras de Derrida llama mistagogos a aquellos que se arrogan el derecho de conducir a los hombres (los duce, los führer, lo leader), pero no con la voz de la razón, sino con la voz del oráculo. ¿Para qué? damos la palabra al Derrida de “Sobre un tono apocalíptico adoptado recientemente en filosofía”:
Kant pone en guardia contra el peligro de una “visión exaltada” [...] “que es la muerte de toda filosofía”. [...] Los que hablan en ese tono, Kant está seguro de que esperan algún beneficio, y esto es lo que me interesa en primer lugar. ¿Cuál beneficio? ¿Qué prima de seducción o de intimidación? ¿Qué ventaja social o política? ¿Quieren asustar? ¿Quieren agradar? ¿A quién y cómo? ¿Quieren aterrorizar? ¿Hacer cantar? ¿Atraer a una emulación de disfrutes? ¿Es esto contradictorio? ¿En vista de qué intereses, cuáles fines buscan alcanzar con esas calurosas proclamaciones sobre el fin próximo o el fin ya realizado? Mistagogos (Derrida 1994).
Por su parte, la aproximación que hace Derrida a la mentira en su famosa conferencia llamada “La historia de la mentira”, aseguran Aparici y García Marín (2019), “se convirtió en palabra del año en 2016”, es decir, la posverdad.
Las pretendidas voces del oráculo, las de estos mistagogos contemporáneos con megáfono incorporado como si de una prótesis se tratase, mienten; aseguran que ellos pueden afirmar lo que es y lo que no es (indistintamente) que no es o que es, sin menoscabo aparente de su credibilidad, de su prestigio, de su legalidad o de “sin consecuencias” aún mayores.
En “La posverdad: el software de nuestra era” García Marín y Aparici no cuentan varias jugadas contemporáneas de la posverdad, documentadas más allá de la duda o del espíritu de conspiración que ronda siempre la realpolitik actual. Ilustran, por ejemplo, cómo en un poblado de Macedonia se crearon miles de páginas web en apoyo a Trump con fake news contra Hillary Clinton; la metástasis se dio en redes sociales con el apoyo de simpatizantes del candidato republicano que las replicaban. Los jóvenes macedonios, creadores de estos sitios, ganaron mucho dinero por publicidad.
Las herramientas “electrónicas”, en vocabulario de Marshal McLuhan, o digitales, funcionan respecto a la comunicación como relativización, desplazamiento, ocultación o denigración de la verdad. (Cabe indicar que no hablamos nunca de La Verdad, sino de aquellas razones, grandes o pequeñas que orientan los saberes científicos, legales o incluso cotidianos que se ven ensombrecidos por el despliegue de los mecanismos de la posverdad que nos ocupan).
La normalidad de la posverdad se ejerce por varias vías, algunas de las cuales han sido registradas por McIntyre en su libro. En primer lugar, los hacedores de la posverdad niegan la ciencia (sí, la ciencia dura, entendemos). Como hemos dicho, la ciencia y su método viven una crisis de legitimidad, y su discurso ha sido desplazado, entre otras razones, por el desprestigio al que los influencers políticos la han sometido: su dicho es más poderoso que las razones de la lógica rigurosa o que la realidad misma. ¿Cómo se logra esto? Sembrando la duda del beneficio político en medio del conocimiento. Quizá por esto es que la razón política suele encontrar terreno fértil en la discusión científica; ni los mecanismos de verificación de las investigaciones universitarias o de empresas de cualquier ramo en esta materia están exentos de contaminación por poder. Y ese es el terreno que se inunda con dinero o prebendas siempre a favor del interés “menos interesante”.
McIntyre ejemplifica dos casos: el de la industria del tabaco y el de las petroleras. El autor de Posverdad refiere al libro de Merchants of Doubt (2010) de Naomi Oreskes y Erik Conway, quienes consignan el trabajo de los cabilderos de la industria del tabaco, no para ver si el consumo de este producto era más o menos dañino, sino mediante la estrategia de combatir a la ciencia “patrocinando «investigaciones» adicionales”, “cuya misión era convencer al público de que «no había una demostración» de que fumar cigarrillos causara cáncer y que el trabajo anterior que pretendía mostrar esta conexión estaba siendo cuestionado por «numerosos científicos»” (McIntyre 2018), y como el sistema legal estadounidense no puede juzgar ante la “duda razonable”, imaginemos el resultado: con toda la ironía del caso, la duda cartesiana pasó de ser garante de la verdad científica y filosófica a ser factor para socavar lo que es evidente científica y fenoménicamente. La estrategia de la duda funcionó (hasta cierto punto) y años después los cabilderos del tabaco se transformaron en asesores-consultores de las petroleras contra el ya de por sí eufemístico “cambio climático”.
Además, como consigna el propio texto de McIntyre: “¿Por qué buscar desacuerdo científico cuando se puede fabricar? ¿Por qué molestarse en la revisión por pares cuando se pueden propagar las propias opiniones intimidando a los medios de comunicación o a través de relaciones públicas?” Quedan suspendidas en el aire las respuestas.
En Posverdad también se consigna otro de los mecanismos del funcionamiento del sistema de la posverdad: el sesgo cognitivo. Es decir, brevemente, no toleramos por mucho tiempo (a veces segundos) estar equivocados. Si la información no coincide con nuestros supuestos, prejuicios o información “validada”por nosotros mismos, la desechamos, la combatimos, la despreciamos. Los psicólogos dicen muchas cosas al respecto, pero una manera sencilla de entenderlo es que no se cuenta con mecanismos de autocrítica y tal vez ello se deba a que la formación cognitiva no está consolidada, no se ejercitó la mente con conocimientos sólidos. Un ejemplo: durante mucho tiempo la Tierra fue plana, asegurar lo contrario significó un cisma para toda persona formada en aquella idea. No sólo la Iglesia o el Estado de ese contexto y época sufrieron la idea de que la Tierra podría ser redonda y la combatieron incluso con la muerte, las personas murieron indignadas. La formación científica, la educación bajo métodos lógicos a lo largo de varios siglos ha fortalecido la condición de autocrítica, en la doble vertiente de construir verdades sólidas para entender la realidad del mundo y de las personas y la de flexibilizar y adaptar los pensamientos personales y colectivos ante nueva información, ante la maravilla de la aventura del pensamiento creativo.
La conspiración
Los mecanismos de la posverdad, que son los que aprovechan el sesgo cognitivo y la duda para derribar saberes construidos legítimamente, son el principio de las conspiraciones, de las reales y de las fantasiosas.
Las conspiraciones tienen como principio cambiar un sistema, un poder establecido. Pero ha evolucionado, desde hace algunas décadas las conspiraciones también se fabrican desde los poderes económico y político. Así, no sólo se conspira contra la Segunda República española que fue derrocada años después; no sólo se conspira contra la dictadura de Franco que resistió hasta su muerte en 1975; no sólo se conspira contra el capitalismo norteamericano por parte de la Unión Soviética, ni contra el comunismo soviético o chino o cubano desde el poder de la Casa Blanca. El arte de la conspiración lo ejercen los gobiernos contra sus “adversarios” políticos, contra empresas privadas; poderosas empresa contra sus competidoras.
Pero hay algo más aún en las conspiraciones: no únicamente es vencer a otros (eso sería una lucha legítima o una guerra), sino que toda conspiración aspira a dominar al mundo, a controlarlo, a someterlo a “mis condiciones”, a ejercer tal influencia imperial sobre los otros (adversarios o no). La Guerra Fría fue, quizás, el mayor mercado de la conspiración y su lenguaje: espías y contra espías; materiales o archivos secretos, información valiosísima (se fundó la era de la información), secretos industriales, control de planos, de avances tecnológicos siempre top secret por desvelar, códigos enigmáticos que descodificar y un largo etcétera que el lector podrá completar con su enciclopedia personal.
En el top tres de la lista de los conspiradores están (en la historia oficial, pero sobre todo en la clandestina) los judíos, los masones y los jesuitas. La lista top se puede ampliar a 5 o 10, si consideramos a los illuminati (la Iglesia), los rosacruces (la Iglesia, el saber), los marxistas (el capital), el propio Estado de Estados Unidos, los capitales de empresas multinacionales, de energía, de armas, de información (tecnológicas). Estas y otras entidades son fuente de conspiraciones, desde su interior (contra el estado, para dominar el mundo), como objeto de conspiraciones “plantadas” o no. (Un ejemplo literario de primer orden para entender los mecanismo de la conspiración, sus falacias e instrumentos de ejecución es El cementerio de Praga (2010) de Umberto Eco).
Las fórmulas de la conspiración, si vemos con detenimiento, son las fórmulas expuestas de la novela y la novela negra, de la TV de detectives, de caricaturas de todo tipo, de cómics, de series, de películas, de videojuegos. Toda persona con acceso a estos medios se ve invadida por sagas nacionales, internacionales o universales que invaden su vida privada. El miedo, factor indiscutible de la eficacia de las teorías conspirativas es el mismo que afecta a la ciudadanía ante las “certezas” de la posverdad.
Tengo entendido que 17, Instituto de Estudios Críticos actualmente imparte el curso “Teorías de la conspiración: un abordaje epistemológico”, en cuyo último tema del programa aborda “La metástasis del conspiracionismo tras la pandemia de Covid-19”, donde “Muchas teorías de la conspiración que antes se restringía a sectores extremistas y se incubaban en blogs o páginas de Facebook cerradas u ocultas, encontraron la circunstancia ideal para desbordarse hacia la cultura mainstream y los medios masivos de comunicación.”
Léxico
Las palabras de la posverdad no pueden ser de otras que las de la confrontación, las de un binarismo chato, de mentira cínica, de tergiversación, de medias verdades, de desprestigio del trabajo experto. De mentira cierta vs. verdad de otros, de verdades “alternativas” sin comprobación posible; de “yo creo” vs. “yo sé”, de saturación de información y “datos”, de subjetividad todo terreno, de noticias falsas y falaces, en suma, de confusión semántica (izquierda, derecha; liberal, conservador; nacionalista, supremacista, reaccionario; socialistas, comunistas; filósofo, artista, nerd, científico; rico, pobre, pueblo, élite; pluralismo, cosmopolitismo, globalización, balcanización).
Referencias
17, Instituto de Estudios Críticos. “Teorías de la conspiración: un abordaje epistemológico”. Consultado: agosto 25, 2020.
Aparici, Roberto y David García Marín (coords.) (2019)
La posverdad: una cartografía de los medios, las redes y la política. Barcelona: Gedisa. Edición de Kindle.
Aristóteles [1994]
Metafísica. Intro., trad., notas de Tomás Calvo Martínez. Madrid: Gredos (BCG, 200) 583 pp.
Derrida, Jacques (1994). Sobre un tono apocalíptico adoptado recientemente en filosofía. Trad. de Ana María Palos. México: Siglo XXI. Versión digital disponible en: https://redaprenderycambiar.com.ar/derrida/textos/apocaliptico.htm
Fundéu BBVA
“Populismo: la palabra del año 2016”. Consultado: agosto 2, 2020.
McIntyre, Lee (2018)
Posverdad. Trad. de Lucas Álvarez Canga. Madrid: Cátedra: (Teorema. Serie mayor). Edición de Kindle.
Paz, Octavio (agosto 1978). “El ogro filantrópico”. Vuelta núm. 21.
Tarnas, Richard (2008)
La pasión de la mente occidental. Trad. de Marco Aurelio Galmarini. Girona: Atalanta: (Memoria Mundi, 26), 701 pp.
Francisco Vásquez @asiriax -De la imagen: "Posverdad", La Emperatrix, trazo digital, 2020. @emperatrix07
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